MI SEGUNDO PARTO: El MAGO

(parte 2)

 

Después de mi primer parto, me quedé asombrada por la experiencia.

Si bien de un lado descubrí el inmenso potencial que llevamos dentro por naturaleza, también tuve que admitir que no todo había ido como pensaba. Antes de parir, defendía que se puede parir sin dolor. Y si bien es cierto que pasé momentos de orgasmo, de placer, y de éxtasi, también he de admitir que tuve otros de profundo dolor, y quería entender que pasó. ¿Cuál era el origen del dolor? No fue una búsqueda obsesiva, pero había una necesidad de deshacer el entramado y descubrirme a mí misma.

 

En septiembre de 2015, tres semanas antes de lo esperado, rompí aguas.

También en esta segunda ocasión, pasó de noche, justo cuando me iba a dormir.

Esta vez, una sabia lucidez me indicó el camino.

Avisé a las comadronas, y quedamos que, si no había cambios durante la noche o si no evolucionaba, nos veríamos a la mañana.

Volví a la cama. “Esta vez, no me pillará cansada. Mi cuerpo necesita recargarse de fuerza” me dije. En la cama me acordé de mi madre.

“Mamma, yo cómo nací?”

“Me di cuenta que había roto aguas justo antes de meterme en la cama. Decidí meterme en la cama y descansar. No se puede parir cansadas. A la mañana me controlé la dilatación, y vi que ya estaba en buen punto. Quise esperar, para tener la libertad de moverme. En el hospital no me dejaban hacer lo que quería. Era mi tercer parto, y ya sabía lo que quería hacer. Naciste a los veinte minutos de llegar al hospital. Fue un parto fácil y tranquilo”

A la mañana después me visitaron las comadronas.

El bebé estaba bien. Podíamos oír el corazón y las aguas estaban limpias. Las horas pasaban y aún no había señales de contracciones.

Era volver a pasar por lo mismo. Aunque esta vez había un detalle fundamental que lo cambiaba todo: el espejo de mi primer parto me había propuesto un acertijo, y con humildad y paciencia lo había resuelto, había solucionado los entresijos y había aprendido de la experiencia.

Esta vez no tenía ninguna preocupación ni ningún pesar que me distrajera del presente. Estaba focalizada en el presente y no quería, no necesitaba proyectar nubes grises en el futuro. Todo lo quería vivir en el presente.

Y mi ser-yo aquí y ahora sabía que necesitaba dar alimento y reposo al cuerpo, y eliminar totalmente el miedo de mi cabeza. Para dejarme llevar y vivir un parto sin dolor, necesitaba eliminar el miedo, y aceptar la situación, con confianza y plenitud. Reflexionando sobre mi primera vivencia, comprobé que cada vez que tenía miedo, tenía dolor. Y si tenía miedo al dolor, el dolor era aún mayor. No tenía que huir, ni retener. Sólo tenía que ser, vivir y dejar fluir para que la vida se abriera dentro de mi sin lastimarme. Tenía que ser agua y disfrutar cada gota de mi ser.

 

Preparamos las cosas, y nos fuimos a Migjorn. Era domingo de elecciones. El eslogan político era: “27S, on tot comença!” (27S, donde todo comienza”). Probablemente era un buen día para nacer ya que todas las energías volcaban a un comienzo.

Llegamos a Migjorn. Aquel día había los grupos de preparto que estaban acudiendo a la sesión dominical. Se le pidió a todas las familias, acompañadas de sus pequeñ@s, que guardaran el mayor silencio posible para darme mi espacio. Aún así, de buena hembra mamífera en vigía, notaba el más mínimo susurro, el crujir de las hojas, el desplegar de los pétalos. ¡Cómo no iba a oír unas personas en las habitaciones contiguas a la mía?

Estaba perdiendo mi estabilidad, me sentía intranquila, necesitaba sacar algo de mi interior. Anna, la comadrona, y Aitor me sostuvieron cuando me rompí en un llanto de liberación. En aquel llanto limpié las viejas heridas y sané las nuevas. Renací con el agua salada de mis lágrimas y una nueva conciencia llegó.

“El parto es algo cotidiano, es algo normal y natural.”

 

Oía las cucharitas de café tocar las tazas.

Si al principio todo ruido me molestaba, de repente agradecí aquellas alegres campanas que celebraban una reunión de personas. A través de su sonido, podía olor el café y sentir que la vida se abre paso dentro de la vida, en la cotidianidad. No hace falta un templo para contemplar y vivenciar lo sagrado.

Las voces de las personas y las risas de l@s niñ@s eran sublimes y me acompañaban en mi momento excepcional.

Decidí salir de la habitación. Quise dar un paseo y mezclarme con los arboles y las flores de septiembre.

Volvimos a Migjorn y nos quedamos en la terraza. Aitor y Anna me habían preparado una tumbona para acomodarme. La montaña de Montserrat dominaba el paisaje y su belleza me llenaba de amor. En la habitación de al lado, las familias del curso preparto nos cantaban canciones para el parto. Bailé con Aitor. Enzo estaba con nosotros, jugando con cualquier cosa que encontraba.

Yo notaba mi cuerpo fluctuar. Sentía mi cuerpo abrirse y disfrutaba.

Disfrutaba de hablar con los demás.

Disfrutaba de caminar, de bailar, de sentir. Cada vez que notaba una ola en mi interior, me sentía sirena, entrando en la ola y dejándome llevar.

Recuerdo tararear “Va a subir la marea”, la frase de Extremoduro cada vez que notaba esta ola, que era como una marea que subía.

Las horas pasaban y yo simplemente las vivía a mi antojo.

No sé si las comadronas estaban preocupadas por el hecho de que aparentemente no daba ninguna señal de parto.

Yo seguía en mi globo, a mi ritmo y mi compás.

Ya se había hecho de noche y les comenté a Anna y a Aitor que quería ir adentro de la casa. Caminando me puse de 4 patas. Fue un gesto espontaneo, instintivo, primitivo. Me acuerdo que me reí de mí. Aitor me miró en los ojos, y adivinó lo que estaba pasando.

Llegamos a la casa. Me sentía mareada así que me senté. En el momento que lo hice, salté como un muelle por el dolor. Anna entendió la situación y rápidamente me desvistió. El bebé ya estaba a punto de salir. Me alivió saber que aquel dolor fue solo porque el cuerpo me estaba avisando de que no podía sentarme. No era el comienzo de un largo trabajo de parto. Estábamos en la recta final, nuestro hijo iba a nacer.

Había pasado todo el trabajo sin dolor, despojando el parto del ritual de la inmaculada sacralidad y reubicándolo en la sagrada cotidianidad, devolviéndolo a la naturaleza y a la excepcional normalidad que demasiadas veces no somos capaces de apreciar.

Mi segundo hijo, Zoren, nació después de un día de cantos y charlas, un domingo de septiembre donde la noche se preparaba para vivir el eclipse total de una preciosa luna llena roja.

 

Khiara Dibi

@paramaparto