MI PRIMER PARTO: EL MAESTRO

(parte 1)

 

“Parir es algo natural, las mujeres podemos hacerlo”.

Esta frase me ha acompañado en la infancia, me ha mecido, ha regado la semilla de la confianza hacia mi y mi cuerpo desde bien pequeña.

Hija y nieta de veterinarios, mi padre nos llevaba a mi y mis hermanas cada vez que tenía que asistir a un parto. Normalmente eran vacas, ovejas o yeguas. Ver nacer y parir era algo normal. Mi padre trataba con cariño y acompañaba a los animales, mientras tranquilizaba a los campesinos. Mi madre estaba con nosotras y nos explicaba lo que estaba pasando. Para mí, este escenario era parte de la armonía en la que me educaron a entender la vida y los ciclos vitales. Acompañar con amor y empatía para que la naturaleza fluya.

 

Me quedé embarazada al primer intento.

Para muchas mujeres es una cosa fantástica. Para mi fue un poco decepcionante. Fue como prepararse para ir a una caza del tesoro super emocionante, y nada más llegar, tropezarte con el tesoro y terminar ya la gimcana. Me hubiera gustado vivir un poco más la aventura.

Fue Aitor, mi marido, el que me habló de la posibilidad de parir en casa, y al hacerlo, ¡fue como si desplegase un mapa mágico y siguiera escribiendo la aventura que yo creía terminada!

El mismo día, por fuente diferentes, nos hablaron de Migjorn- casa de Naixements. Nosotr@s estábamos viviendo en Montserrat, cerca de Migjorn, y nos presentamos sin avisar y sin pedir cita. Empezó así, desde la espontaneidad del corazón y las tripas, la relación con las comadronas de Migjorn.

Antes de quedarme embarazada, no le daba demasiado importancia al cómo y dónde parir. Pero los protocolos de parto cómo los tactos y la episiotomía, me desagradaban profundamente.

En Migjorn descubrí que se puede parir sin intervenciones inútiles y con acompañamiento respetuoso.

 

EL MAESTRO

 

Abril 2013.

El mismo día que en teoría llegaba a término, rompí aguas.

Yo oscilaba entre la felicidad y el pánico. Era de noche, estaba cansada y justo acababa de tumbarme en la cama. Fue un chute de adrenalina que me descolocó.

Llamamos a las comadronas, y quedamos para una visita. Aitor estaba a mi lado, intentando ahuyentar mi angustia, intentando calmarme y alejar mi preocupación. 

Había roto aguas, pero no tenía contracciones. La situación me desesperaba y no conseguía relajarme. Esperaba ansiosamente un atisbo que marcara el comienzo del parto, pero nada.

El bebé estaba bien. Podíamos oír el corazón y las aguas estaban limpias. Las horas pasaban y aún no había señales de contracciones.

Teníamos que decidir qué hacer. Recuerdo aquellos momentos como eternos. El tiempo era espeso y las criticas de todas aquellas personas que habían atacado nuestra decisión pronosticando lo peor, estaba empezando a romper la barrera de mi confianza y me estaban aplastando.

Necesitaba un refugio. Necesitaba volver a creer en mí y equilibrar mi ser para aceptar la situación y enfrentarla desde la tranquilidad.

Nos fuimos a Migjorn. Las comadronas me ayudaron, me acompañaron, me sostuvieron y, a las pocas horas empezaron las primeras contracciones.

La primera fue hermosa. Sentí mi cuerpo despertarse, abrirse y rugir.

Fue tan potente y majestuosa, que me quedé con una satisfacción orgásmica que recorrió mi cuerpo.

Mi cuerpo ya estaba preparándose, y yo pude por fin descansar mi cabeza y alejar todos los malos pensamientos.

Durante el trabajo de parto, hubo de todo.

Estaba tan agotada del tiempo que pasé preocupándome y desesperándome por la rotura de la bolsa sin contracciones, que durante el parto me dormía entre una contracción y otra. Sentía un extraño bienestar que invadía mi cuerpo que se alternaba con un dolor agudo. Me sentía sirena y me ahogaba a la vez. Había momentos que notaba que se acercaba el pico de la ola de la contracción, y lo que un segundo antes era maravilloso y extasiante, se transformaba en un dolor que rompía mi cuerpo.

Hasta que entendí que, si luchas contra el Mar, el Mar te vence.

Hasta que entendí que somos agua, y el agua no se ahoga.

Hasta que decidí fundirme en la ola y dejarme llevar.

Viajaba y mi cuerpo me daba todas las drogas necesarias para hacerlo.

En los recuerdos aquellos momentos aparecen como una película.

Las manos de Adela en mi espalda.

Aitor a mi lado. Todo el rato a mi lado, sosteniéndome.

Las voces dulces.

Las luces tenues.

“Eres poderosa” me dijo Concha, una de las comadronas. Sus palabras fueron como un bautizo y me ayudaron a transformarme en la mujer que nació en mi aquella noche.

Mi primer hijo, Enzo, nació después de 8 horas de parto, un día después de la luna llena de abril y un día antes de mi cumpleaños. El mejor regalo de cumpleaños de toda la vida.

Mi primer parto fue una experiencia intensa, profunda, un aprendizaje en el que entendí muchas cosas.

Fue un espejo en que vi reflejados mis miedos, mis coherencias, mis incoherencias, mi fuerza, mi debilidad, mi resiliencia, mi pasión, mis límites y mi horizonte. Un espejo donde ves lo que llevas dentro y la imagen no siempre es la que te esperas. Puedes decidir rechazarla y quemarla, o agradecerla y aprender. Como siempre, eres libre de elegir.

Khiara Dibi

@paramaparto

 

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