El jueves pasado fue el día internacional de los niños/as víctimas de agresión. Paramaparto nos invita a decir algo.

Podríamos hablar de datos de organizaciones internacionales, de estadísticas, de políticas. De realidades que encontramos en la práctica jurídica, de cómo el derecho se esfuerza por juzgar de la manera más precisa posible el ánimo de alguien que agrede, de cómo no lo consigue, de cómo intentamos que la infancia sea una vivencia (si no libre de conflicto) libre de violencia, de cómo no logramos que así sea. De cómo hierve la sangre, de cómo duele hasta la médula, de cómo rompe el llanto, cómo desgarra el alma, cómo constriñe el espíritu.

Tan inabarcable es la realidad de la violencia sobre la infancia, que quizás mereciera, para no dejarse a nada ni a nadie, callar… y sentir.

Un minuto… ¡qué un minuto! Un día, una semana, un mes, de silencio, de vergüenza. Una vida enmudecida no bastaría para compensar una infancia violentada.

Callar… y sentir… y permanecer en estado de vigilia para cuidar a la infancia, pulsión y aliento de vida que crece.

Maltrato físico, psíquico, emocional, sexual, negligencia, abandono, sometimiento de todo tipo, a fármacos a químicos a drogas, abuso, explotación, inducción, corrupción, alienación, instrumentalización, maltrato prenatal, intrafamiliar, institucional… nos faltan adjetivos.

Discriminación sistemática, directa o indirecta, por partida doble: por su propia condición de menores de edad, y por la causa de discriminación que afecte a los adultos entre los que viven.

Paramaparto nos invita a decir algo, y a nosotras no nos nace, hoy, un análisis jurídico, sino un anhelo:

Cuidemos y estemos alerta.
Es cosa de tod@s.

 

 

Virginia Pujadas
Jurista de La Troca.